Finca de recreo vendida en 44 días.

Estoy contento, esta finca se ha vendido en tan sólo 44 días.

Por mucho empeño que ponga el agente inmobiliario, no todas las transacciones se finalizan tan rápidamente ya que en el último año el plazo medio de venta de una casa ha pasado a ser de seis meses y siempre hay que contar con que la suerte, si bien ayudada por las correspondientes tareas de difusión y publicidad, haga confluir la finca ofertada con un demandante que busque precisamente esa tipología de inmueble. Es el mismo proceso ancestral de la compra-venta, repetido durante siglos, aunque ahora apoyado en internet y en los portales inmobiliarios.

Cuando Bartolomé la compró hace cuarenta y cinco años aún no existía la telefonía móvil ni mucho menos Facebook o Instagram. Ni falta que le hacían. Su finca pasó a ser una inversión más de un profesional autónomo de la albañilería que, con su esfuerzo diario y su maestría, no sólo obtenía un buen sueldo para mantener holgadamente a sus cuatro hijos, sino que, además y con la inestimable ayuda de su esposa, Huertas, adquirió un pequeño patrimonio inmobiliario, que sustentaba la tranquilidad de la familia. Y es que a él le gustaba el campo. No era persona de ir a los bares a jugar al truque o al dominó. Era muy activo, se recreaba cuidando sus árboles y sus plantas y se le pasaban las horas sin darse cuenta, porque, no lo olvidemos, un huerto requiere mucha dedicación si se quiere mantener bien cuidado. Y él disfrutaba con las cosas bien hechas, ya fuera el enlucido de una pared o la escarda de sus oliveras.

Al tiempo, cuando Bartolomé se hizo mayor, su hijo, también Bartolomé, quiso hacerse cargo de la finca. Construyó y legalizó una vivienda, una cochera y dos pequeños almacenes. Mejoró el estado general de la parcela, usándola también para guardar materiales y herramientas de su trabajo, e igualmente disfrutó del “campo del abuelo” junto a sus hijas.

Ya fallecido Bartolomé padre, las niñas crecieron. La mayor, se trasladó a vivir fuera, la pequeña, estudia y trabaja, y el interés por el campo se fue apagando al haber nuevos proyectos vitales en marcha y establecerse nuevas prioridades. Aunque sé que no le fue fácil, Bartolomé hijo me encargó la venta de la finca.

Ahora, otra vez, la finca se ha convertido en epicentro de un nuevo plan de vida, esta vez encarnado en Ginés y su esposa. Ginés acaba de jubilarse y a ambos les gusta la vida en el campo. Quieren establecer allí su vivienda habitual para liberarse de las limitaciones del piso en el que han vivido durante cuarenta años y ver a sus nietas crecer correteando por “el campo del abuelo”.

Tierra, casas, huertos… Son nuestros refugios, las huchas en las que depositamos el resultado de nuestros esfuerzos y los testigos mudos del devenir cotidiano de nuestra existencia.

Para las dos familias, enhorabuena y suerte en los nuevos afanes y propósitos que tienen por delante.

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