El viejo trueque, que consistía originariamente en el intercambio de los excedentes de la producción agrícola y ganadera: el trigo que les sobraba a unos lo cambiaban por las ovejas que otros no necesitaban para su subsistencia, y que casi había desaparecido en los paises occidentales como fórmula de transacción comercial, resurge adaptando el concepto milenario del mismo, el simple canjeo de productos o servicios, a los hábitos y necesidades actuales, reapareciendo vinculado al llamado consumo colaborativo.
La facilidad para intercomunicar oferta y demanda a través de portales especializados de Internet, mediante las redes sociales, aplicaciones móviles, etc., contribuye significativamente a la expansión de esta forma de comercio, la cual permite cubrir cualquier necesidad (adquisición de libros de texto, reparación de la lavadora, corte de pelo, cuidado de niños…) ofreciendo en pago otro producto o la prestación de un servicio, sin tener que destinar para ello recursos económicos, generalmente escasos en el contexto de crisis en que nos encontramos, o reduciendo sensiblemente el desembolso.
Además de su contribución al ahorro familiar, el consumo colaborativo se nutre, o mejor dicho, retroalimenta el auge del consumo responsable, surgido en respuesta a la cultura de usar y tirar y del consumo compulsivo y desmesurado, y que aboga por preservar los recursos naturales del planeta y por contribuir a mejorar las condiciones de vida de las personas, usando para ello el poder que nos otorga nuestra condición de consumidores, el cual es comparable y complementario del que poseemos como ciudadanos con derecho a voto, siendo sus dos preceptos principales:
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Consumir menos: no tirar, reciclar, alargar el periodo de uso de las cosas, distinguir entre lo necesario y lo superfluo..,
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Convertir el hecho de la compra (de cualquier compra: desde un cepillo de dientes en el supermercado hasta un coche, pasando por un electrodoméstico o la contratación de un seguro de vida) en acto reivindicativo de una economía solidaria y sostenible, priorizando la adquisición de productos y servicios ofrecidos por empresas comprometidas (de forma práctica y demostrable, no como simple estrategia de marketing) con la protección del medio ambiente y con el sostenimiento de unos niveles óptimos de la calidad de vida de sus trabajadores y colaboradores.
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Compartir, prestar, alquilar, reciclar, comprar con criterio solidario…, ya sea como consecuencia de una situación de precariedad económica y/o como resultado de la toma de conciencia de la necesidad de cambiar los hábitos de consumo, son formas, además del trueque o intercambio, de economía colaborativa, la cual está contribuyendo a la sensibilización social en cuanto a la necesidad de renovar o suprimir algunos dogmas del sistema económico vigente, que amenazan con producir cambios irreversibles en el entorno natural del planeta y, en consecuencia, en el bienestar de las personas que lo habitamos.
Más información sobre consumo colaborativo:
http://www.consumocolaborativo.com/directorio-de-proyectos/
http://blogs.20minutos.es/capeando-la-crisis/
http://ecoinventos.com/turismo-eco-y-colaborativo-hay-otra-forma-de-viajar/