La analogía existente entre el ascensor que uso para subir a mi casa y el metro que lleva a un valenciano a su lugar de trabajo, entre el pasillo que recorro desde ese ascensor hasta la puerta de entrada a mi vivienda y las calles por las que discurrimos a diario, entre el portero de un edificio y el funcionario recepcionista de un ayuntamiento, etc., hace que los debates sobre zonas comunes de un edificio en régimen de propiedad horizontal y sobre zonas comunes (o públicas) de una ciudad o un país se consideren también, salvando las distancias y cada uno en su ámbito, análogos, ya que para que se desarrollen con normalidad deben conocerse las normas legales que los rigen y respetar la opinión ajena y el derecho a que esta sea expresada.
La celebración de la Junta General de una comunidad de propietarios es una de las formas primarias de la práctica democrática. El foro en el que se debaten, bajo unas reglas preestablecidas, asuntos concernientes a un espacio determinado y compartido, en el que varias personas deben ponerse de acuerdo en la manera de usar y cuidar unas instalaciones comunitarias sin las cuales no podrían existir las propiedades privadas de cada una de ellas.
En muchos casos ese acuerdo no llega de forma espontánea y hay que recurrir a la votación, computar votos y acatar como válida la solución que la mayoría de los participantes han considerado más adecuada, siendo necesaria previamente la celebración del debate, que, en algunos casos, según la importancia del tema tratado, se podría defirnir como «intenso», porque el número de intervenciones es muy alto ya que las distintas posiciones quieren exponer sus argumentos y contraargumentos, e interpelar o responder a interpelaciones, aumentado su intensidad y duración.
Algunas veces, esa intensidad, con algún grito o alguna interrupción de por medio, casi inevitables, no impide que la controversia se resuelva con normalidad, asistiendo ordenadamente a la exposición, en algunos casos brillante, de una serie de opiniones enfrentadas pero correctamente argumentadas en cuanto a coherencia , tono y a ausencia de descalificaciones personales.
Otras, en cambio, la intensidad se convierte en virulencia, en gritos, en vulneración del turno de palabra ajeno y, finalmente, en menosprecio o insulto. A partir de este momento, el administrador de fincas tiene que aplicar todas sus capacidades para retomar el control de la situación y para intentar conciliar y acercar posiciones. Y, por supuesto, los vecinos que lo hayan perdido, recuperar el tono democrático y la buena educación.
Es de agradecer que habitualmente las comunidades resuelvan sus asuntos mediante debates intensos pero no crispados, y recomendable que durante los mismos se respeten turnos de palabra y se eviten expresiones ofensivas, para evitar que la comunidad entre en la dinámica (que a veces tarda años en romperse) del enfrentamiento entre comuneros y así conseguir una convivencia pacífica y gratificante para todos.